Entrevista que ayer al mediodía me hiciera Eduardo Blasina sobre la situación del mercado actual. Reiterando las disculpas los saludo afectuosamente.
Pablo Carrasco
UNA LUCHA DESIGUAL
Cuando un futbolista es transferido a un nuevo club, el rito de recibimiento a la institución de parte de sus flamantes compañeros, es formar un túnel de jugadores que el novel integrante deberá atravesar recibiendo de cada colega algún manotón, como forma de consumar su bautismo.
Esta es la imagen que me viene a la cabeza a la hora de comenzar a escribir este artículo sobre las amenazas hacia la carne vacuna. En los últimos 50 años la carne vacuna ha sido atacada de manera pertinaz con acusaciones falsas que van evolucionando de acuerdo al éxito relativo que consigan.
Para empezar, el hombre es una especie omnívora que evolucionó hacia el homo sapiens por su consumo de carne, a quien le debemos el cerebro, al único alimento que nos proporciona cianocobalamina (vitamina B12), ausente en el reino vegetal e imprescindible para nuestro sistema circulatorio. Nada podría hacer pensar, como hipótesis de trabajo, que el consumo de carne se aparte del plan de la especie y la naturaleza.
Sin embargo, las canalladas – como suelo llamarlas – comenzaron en la década del 70, atribuyendo a las carnes rojas todos los males imaginables para la salud humana. Rápidamente la ciencia laudó la falsedad del prejuicio y sin embargo, se ocultó durante décadas tales estudios, fogoneados por el lobby vegetariano de aquella época. Sin solución de continuidad, al día de hoy, los lobby veganos y de animalistas ponen a la vaca en el origen de la crueldad y agresión al planeta y con razón, muchos ganaderos empiezan a ponerse nerviosos frente a la potencial competencia de las alternativas a la carne natural.
La FAO, la ONU, UNICEF, y podríamos seguir en una lista interminable, fueron la célula madre de todos los ataques y por eso un productor ganadero deberá ver en ellas a su enemigo acérrimo. Desde que la FAO lanzó su “larga sombra del ganado” como una verdadera patraña, su media verdad ocultó explícitamente la totalidad de la ecuación poniendo la carne vacuna a la altura de la contaminación de los motores de combustión interna. A partir de este puntapié inicial hubo luz verde en el reino de la frivolidad políticamente correcta para agregar mentiras.
Son tantas las evidencias en contra de esta acusación que es difícil ser sintético, pero limitémonos a un par de constataciones. Es inevitable comenzar con la lección que le dio la naturaleza a la humanidad en la reciente pandemia, durante la cual, 1000 millones de vacas continuaban pastando y eructando, al tiempo que la atmósfera se volvió prístina por el simple hecho de apagar las máquinas. Porque el calentamiento global cuya fecha de nacimiento se ubica en 1980, muestra al día de hoy, una disminución del 10% en el stock vacuno y un aumento del 100% en el consumo de energías fósiles. Conclusión: la culpa la tienen las vacas, ocultando que el consumo de combustibles genera 37 gigatones de los 49 que la humanidad produce, es decir un 75%.
Frank Mitloehner, un científico que Uruguay conoce y que conoce Uruguay, nos grafica el contraste entre el consumo de combustibles fósiles y la emisión de los rumiantes, como la diferencia entre una calle flechada sacando carbono almacenado durante millones de años para su ubicación definitiva en nuestra atmósfera, con la de una rotonda, un ciclo en el que las vacas emiten y fijan en sus pasturas constantemente.
Este último deja como saldo de su balance, materia orgánica en el suelo que captura el 10% del carbono emitido por la humanidad. Esa es la deuda del planeta con nuestras vacas y su sabio diseño.
Por último, como frutilla de la torta, el ciclo del carbono de los rumiantes funciona en base al metano cuya vida útil es de apenas 12 años en la atmósfera y que luego, convertido en anhídrido carbono vuelve a ser fijado por la fotosíntesis. La calle flechada de los combustibles en cambio, es recorrida por CO2 puro a la atmósfera y allí quedará por 100 años. El resultado es que el metano no se acumula en la atmósfera, es siempre el mismo, mientras la quema de combustibles acumula anhídrido carbónico sin solución de continuidad. Dado que el poder de efecto invernadero del metano es 30 veces del que tiene el CO2, se le atribuye al ganado una emisión 30 veces superior a la que realiza. Sepa el lector que cada vez que lea nuestras emisiones, las mismas habrán sido salvaje e injustamente inflacionadas.
¿Cuál debe ser la estrategia uruguaya? El lugar común, es el de poner en marcha, contundentes trabajos científicos que demuestren que no somos el problema. El primer inconveniente es que por ese camino aceptamos la inversión de la carga de la prueba, es decir, nosotros debemos demostrar la inocencia. El segundo inconveniente es que la batalla se ha vuelto desleal. Por un lado, el peso de la academia y por el otro alcanzan 240 caracteres. Por un lado Frank Mitloehner, por el otro Greta Thumberg. Apoyando la medición exacta de nuestra parte de la “culpa”, creo firmemente que la batalla final será cultural, y en el terreno que ellos elijan.
La segunda estrategia es la de, aceptando la culpa, diferenciarnos de otros que son peores. Es basar nuestra ventaja en que no producimos carne sobre áreas desforestadas del Amazonas. Puede ser válido y cierto, pero riesgoso. Sería lo mismo que una línea aérea basara su propaganda en la ventaja de tener menos accidentes aéreos. Puede que sea cierto, pero el efecto final será el pánico a volar más allá de la compañía.
Creo que el camino tiene mucho más que ver con el marketing que con la ciencia, que lamentablemente en el siglo XXI es una opinión más para el consumidor típico. Busquemos palabras mágicas que quepan en un tweeter y transmitan en un vocablo un mensaje vasto y sintético. Palabras como orgánico, grass-fed, PRV, y otras son candidatas a ser etiquetas poderosas en el futuro.
Mientras tanto contrarrestemos las imágenes que nos apabullan con las nuestras. Cuando nos acusen de estar produciendo sobre la desforestación, porque nadie nos distingue a nivel de consumidor, contémosle que debajo de West Virginia e Inglaterra duerme una vasta jungla de 300 millones de años formado por cienpies del tamaño de un cocodrilo y escorpiones del tamaño de un perro. Que debajo de Arabia Saudita hay un mar de plancton que flotaba sobre las olas en los tiempos de los dinosaurios, y que debajo de Texas hay un arrecife de coral del océano hace 260 millones de años. Digámosle a Greta Thumberg que entendemos y apoyamos su preocupación por nuestra selva amazónica, pero que cada vez que ella prende el aire acondicionado en la gélida Suecia, está quemando todas las florestas de la historia de nuestro planeta.